La nueva esperanza de Europa
No recuerdo haber vivido de cerca, desde que en 1983 Felipe González ganó las elecciones, un proceso electoral tan intenso como el que ha elevado a Nicolás Sarkozy a la Presidencia de Francia. En ambas ocasiones, la esperanza de un cambio radical fue y ha sido el elemento preponderante en el ánimo de la mayor parte de los votantes. En el primer caso, la esperanza de consolidar una democracia aún amenazada y el deseo de llevar la apertura de ideas, del terreno estrictamente legal, al normal y diario de la calle. Ayer, la de que alguien reconduzca una sociedad que se preocupa mucho más por los derechos que por las obligaciones. Una sociedad desbordada y casi en quiebra por el “estado del bienestar”.
El ciudadano maduro, no afiliado, vota en función de las necesidades y de los peligros que detecta. Nosotros, en menos de un año, tendremos que plantearnos averiguar si hay un líder que puede devolvernos ese empuje que envió ayer a los franceses, masivamente, a las urnas.
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